viernes, 11 de noviembre de 2011

Buscando a los Inmortales

Cuando me puse en camino estaba decidido a encontrarlos. Es posible que no encontrara nada; pero la búsqueda, siempre se inicia con una inquietud, con una pregunta que, si no se responde ahora, es a lo largo del camino, y este camino me arrastraba a Asgard. Bueno, más bien, me empujaba. Pero como habitante de Midgard (La Tierra) el asunto se volvía complejo. Tenía conocimiento de que Yggdrasil, el Árbol que mantenía unidos los Nueve Mundos (yo, de momento, sólo conozco tres) podía ser la escala que me acercara al Puente del Arco Iris, que une tanto el Mundo o Tierras Yermas de los Gigantes, con la Tierra y Asgard. Asgard significa Tierra de los Ases, refiriéndose a los Aesir y a los Vanir. Odín y sus hijos, Balder, Thor y el rebelde y malintencinado Loki (no lo llamo así por nada, pero en las Sagas, Loki siempre planeaba lo peor, y yo pensaba, o creí en su momento, que se trataba de un teatro, para que, nosotros, los humanos, tuviéramos algo sobre qué hablar, mientras los Dioses se reían); pero Loki nunca me agradó. De hecho, Loki no fue favorecido con un físico fuerte y agraciado, sino más bien, ectomórfico y delgado, de ahí su rostro alargado, y casi maligno, que demostraba la baja calidad de sus acciones. Si los dioses nórdicos invirtieran en la Bolsa, es posible que Loki se hiciera millonario, o se arruinaría enseguida, porque tanto su padre, Odín (Wotan o Bodan), aún consiguiera ingresos sustanciosos, pero discretos, y eso que se cargó a un gigante, en su juventud, de dónde nació la Tierra y el Cielo. Un origen que es común en todas la monarquías divinas: se mata al peor, para que gobierne el menos malvado. De Odín sabía que, en ocasiones, no destilaba mucho humor. Su trabajo consistía en mantener el orden entre todos los Mundos, para que hubiera una comunicación interna y equilibrada, y evitar las confusiones a las que es tan aficionado Loki, con su lengua, claro, y oblicua inteligencia, que rozaba, según las Sagas, el ladinismo y la doblez. En principio, yo quería conocer a a Odín. Mi intención, pacífica, desde luego, no necesitaba explicación alguna, y sabía algo de los dos sacrificios personales que Odín acometió para dar al pueblo escandinavo o vikingo la escritura (con las Runas), entre pasar cuarenta días en ayunas, o colgarse de las ramas de Yggdrassil, no sé si por ritual, o una manera de demostrar algo de la manera más ridícula, con perdón. Ya tendría tiempo de conocer a los otros Dioses (que, en algunos momentos los escribiré con mayúscula o minúscula, según el humor, o como me encuentre ese día, o noche); de hecho, se muy poco de los muchos, y, aún con mucha información en la Red, los datos son insuficientes, y bastante pobres, como si los dioses hubieran decidido que sus vidas privadas, ya que no les adoraban, importaban bien poco. Incluso sospecho que tienen su agencia de desinformación, y resulta que hay quince o más versiones de los hechos, o que, como acontece otras veces, los cronistas cuentan lo que les parece. Bueno, cómo yo me investí Cronista en la Academia de Cronistas Universales y superé los cinco niveles, recibiendo los correspondientes diplomas y títulos (y una patada en el trasero, por acribillar a preguntas a los maestros y educadores de la misma institución), estuve buscando algo sobre lo que escribir. La Mitología era una de las salidas. Todo el planeta estaba infestada de estas narraciones o mitos (mismamente), y decidí averiguar si los dioses eran o son inmortales porque sí, porque les da la gana, o se conformaban con continúar el juego, y cubrirnos nuestras mentes de mortales con milongas y tonterías. Ya me lo dijo un maestro: cuidado con las preguntas que te puedes caer. ¿De dónde o desde dónde? ¿De los cielos o del autobús? De manera que mi primera aventura consistía en averiguar cómo, dónde y cuándo podría personarme en Asgard; pero hasta ahora, mi investigación no había dado sus frutos y, desde luego,no sabía por dónde empezar. Me puse a preguntar a todos los mitólogos, y no me dijeron mucho. Empieza por la base, me respondían. ¿Qué base?, preguntaba yo, a mí vez, y se quedaban en silencio, y yo con una desazón que, en lugar de la linde del bosque, solitario y abandonado, me hallaba en las lindes del abismo (que es peor). Había una manera o dos de llegar. Por ejemplo, que no debía buscarlos, que aparecería en el cielo una puerta dimensional, y, hala, pa'arriba. Pero hasta ahora, nada. A lo mejor se habían largado excusándose por unas vacaciones, que más de un millón de años de inmortalidad cansa mucho. Pero mi aventura empezó en serio en el Desierto de Arizona. No sabía el porqué, ni el cómo, pero al Puerta se abrió, y llegué al Puente del Arco Iris (he ahorrado los efectos especiales que, desde luego, eran más sencillos, y nada ornamentales) y caminando por el puente de colorines, me tropecé con Heimdall el Gigante que guardaba el Puente y la entrada a Asgard. Era tan inmenso y enorme que acongojaba, con su armadura dorada, siempre limpia (en Asgard no conocían la suciedad) y me miró con unos ojos que denotaban un poco de desprecio por mi diminuta estatura.Mmmmh, dijo, un humano. ¡Ahí va, un Gigante!, bromeé yo, esperando que no se ofendiera. Has tardado, me apremió, pero me sonó más a bronca que a otra cosa. ¿Porqué tenéis la Puerta en el Desierto de Arizona?, pregunté, Por culpa de Stan Lee, respondió Heimdall, es un guionista licencioso, argulló el gigante, y no preguntes más, que te envio de regreso a Midgard. ¡Caramba, qué susceptible!, murmuré. Heimdall abrió la puerta, con la Espada que giraba el mecanismo y, en silencio, penetré en la impresionante Asgard. No sin antes escuchar de Heimdall: te he oído, y estás equivocado. ¿Por lo de susceptible y todo eso? Y todo, eso, e intuí una sonrisa en su adusto rostro. Y allí se encontraba Odín, el Dios Tuerto, esperándome; pero no observé tras examinarlo, ningún parche en el ojo, como en la canción de Joaquín Sabina...

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